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El derecho a sentir el enojo

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El derecho a sentir el enojo

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Reseña:


¿Qué es lo que odias tanto de mí?”, le preguntó un hombre a su esposa a los seis meses de estar sobrio.

“¡Todo!”, le respondió ella con una mirada feroz.

                                           Cita anónima.

Durante muchos años rara vez sentí ira. Lloraba. Me sentía lastimada, ¿pero ira? No, yo no. Después de que comencé a recuperarme de la codependencia, me preguntaba si alguna vez no estaría enojada. Janet Woititz me describió en esta cita de Matrimonio en las rocas: “Te vuelves rígida y desconfiada. La rabia te consume sin que exista una vía de salida satisfactoria. Cualquiera que entre a tu casa puede sentir las vibraciones de enojo. No hay manera de escapar de ello. ¿Quién iba a pensar que te volverías una bruja así?” Los sentimientos de enojo son parte de la vida de casi todo mundo. Los niños sienten ira; los adultos sienten ira. En ocasiones, la ira desempeña un papel menor en nuestras vidas y no se presenta como un problema particular. Echamos vapor, y luego se nos acaba el coraje. Seguimos adelante con nuestra vida cotidiana y el problema se resuelve. Este por lo general no es el caso con los codependientes, especialmente si estamos involucrados con un alcohólico, un adicto, o con alguien que tenga un problema serio y constante. La ira puede volverse una parte importante de nuestras vidas. Puede volverse nuestra vida. El alcohólico está fuera de sí, nosotros estamos fuera de nosotros mismos, los niños están fuera de sí, y asimismo está el perro. Todo mundo está fuera de sí todo el tiempo. Nadie parece echar fuera suficiente vapor. Aunque no gritemos, aunque intentemos fingir que no estamos enojados, estamos fuera de nosotros mismos.

Tenemos miradas y hacemos gestos que nos delatan. La hostilidad acecha bajo la superficie esperando una oportunidad para salir abiertamente.

I.—

La ira a veces explota como una bomba, pero nunca nadie logra terminar con ella. El alcohólico dice: “¿Cómo te atreves a enojarte conmigo? Yo soy el rey. Yo me podré enojar contigo, pero no al revés”. El codependiente dice: “Después de todo lo que he hecho por ti, me puedo enojar cuando me venga en gana.” Pero, en silencio, el codependiente piensa: quizá él o ella esté en lo correcto… ¿Cómo nos atrevemos a enojarnos con el alcohólico? Debe estar algo mal dentro de nosotros para que nos sintamos así. Nos las arreglamos para que nos den otro bajón a nuestra autoestima aunado a un poco de sentimiento de culpa. Además, la ira continúa ahí. Los problemas no se resuelven; la ira no se desvanece. Se encona y hace ebullición. Aun con el regalo de la sobriedad o de la recuperación de cualquier problema persistente, la ira puede permanecer y a menudo así sucede. Por lo general, ha alcanzado la cima para cuando el alcohólico busca ayuda. Nadie, incluyendo al alcohólico, puede soportar la locura por más tiempo. A veces se empeora. El codependiente puede saber por vez primera que no es su culpa. ¡El codependiente puede incluso sentir una nueva ira por haber creído tanto tiempo que sí era culpa suya! Por primera vez el codependiente puede sentirse seguro al tener y expresar su ira. Las cusas pueden finalmente haberse calmado lo suficiente para darse cuenta qué tan enojado o enojada estaba y cuánto lo está aún. Esto puede provocar más conflictos.

El alcohólico puede querer y esperar empezar en limpio —sin la ropa sucia del pasado— ahora que él o ella han empezado una nueva vida. De modo que el alcohólico dice: “¿Cómo te atreves a enojarte ahora? Estamos empezando otra vez”. Y el codependiente responde: “Eso es lo que tú crees. Apenas estoy comenzando.”

Luego el codependiente puede añadir a su baja autoestima y a sus sentimientos de culpa otro pensamiento silencioso y torturante: “El alcohólico tiene razón: ¿Cómo me atrevo a enojarme ahora?

M.—

Debería estar en el éxtasis, Debería estar agradecido. Yo soy el que debe de estar mal”. Después todo el mundo se siente culpable porque todos se sienten enojados. Y todo el mundo se enoja aún más porque se sienten culpables.

Se sienten engañados y fuera de sí porque la sobriedad no ha traído la alegría que prometía traer. No fue el punto culminante para que vivieran por siempre felices, Que no se malentienda, Es mejor.

Las cosas son mucho mejores cuando la gente se vuelve sobria. Pero la sobriedad no es una cura mágica para la ira y para los problemas de relación. La vieja ira se quema. La nueva ira atiza el fuego. Ya no se puede seguir culpando a la sustancia química ni al problema, aunque a menudo todavía así sucede. Ya no se pueden usar a las sustancias químicas para medicar los sentimientos de enojo. Con frecuencia, sucede que los codependientes no pueden seguir encontrando la simpatía y el apoyo que necesitamos de los amigos. Pensamos que es maravilloso que el alcohólico haya dejado de beber o que el problema se haya solucionado. ¿Qué nos pasa?, nos preguntamos. ¿No podemos perdonar y olvidar? Y una vez más el codependiente se pregunta ¿qué me pasa? La ira puede ser una emoción común, pero es duro lidiar con ella. A la mayoría de nosotros no se nos ha enseñado a lidiar con la ira, porque la gente nos muestra cómo la maneja; pero eso no nos enseña. Y la mayoría de la gente nos muestra maneras inadecuadas de manejar la ira porque ellos mismos tampoco están seguros de cómo hacerlo. La gente nos puede dar un buen consejo: “Enójate, pero no peques; no dejes que el sol se ponga sobre tu enojo”. “No busques venganza”. La mayoría de nosotros no nos podemos adherir a esos mandatos. Algunos pensamos que significan: “No estés enojado”. Muchos no estamos seguros qué debemos de creer acerca de la ira.

I.—

Con frecuencia, los codependientes y otras personas creen en los siguientes mitos acerca de la ira: No es correcto sentir ira. La ira es una pérdida de tiempo y de energía. La gente buena no siente ira. No debemos sentirnos enojados cuando así nos sintamos. Perderemos el control y nos volveremos locos si nos enojamos. La gente se alejará si nos enojamos con ella. Los demás nunca deben sentirse enojados con nosotros. Si otros se enojan con nosotros, es que debemos de haber hecho algo malo. Si otras personas se enojan con nosotros, fuimos nosotros los que los hicimos sentirse así y tenemos la responsabilidad de recomponer sus sentimientos. Si nos sentimos enojados, es porque alguien nos hizo sentir así y esa persona tiene la responsabilidad de recomponer nuestros sentimientos. Si nos sentimos enojados con alguien, la relación se ha terminado y esa persona tiene que retirarse. Si estamos enojados con alguien debernos castigar a esa persona por hacernos sentir ira. Si estamos enojados con alguien, esa persona debe cambiar lo que está haciendo para que ya no estemos enojados. Si nos sentimos enojados tenemos que pegarle a alguien o romper algo. Si nos sentimos enojados, tenemos que gritar y desgañitarnos. Si nos sentimos enojados con alguien, significa que ya no amamos a esa persona. Si alguien se enoja con nosotros, significa que esa persona ya no nos ama. La ira es una emoción pecaminosa. Está bien sentir ira sólo cuando podamos justificar nuestros sentimientos. Mucha gente que acude a programas tales como el de Alcohólicos Anónimos cree que nunca debe sentir ira en su recuperación. La idea sobre la que se basan los programas de recuperación es que la gente aprenda a manejar adecuada e inmediatamente la ira, antes de que esta se convierta en resentimientos dañinos.

M.—

Como codependientes, podemos estar temerosos de nuestra ira y de la de los demás, Quizá creemos en uno o en más mitos acerca de ella. O tal vez tengamos temor de la ira por otras razones. Alguien puede habernos pegado o abusado de nosotros cuando se encontraba enojado o enojada. Algunos podemos haberle pegado a alguien o haber abusado de él cuando estábamos enojados. En ocasiones simplemente el nivel de energía que acompaña a la ira puede ser atemorizante, especialmente si esa persona está ebria. Reaccionamos a la ira, tanto a la propia como a la de los demás. Es una emoción provocadora. Puede ser contagiosa. Y muchos de nosotros reaccionamos a ella. Tenemos mucha de la ira que acompaña a la pena, al dolor. Tenemos la ira que proviene de la etapa de persecución, del rescate o del cuidar de los demás. Muchos de nosotros estamos varados en esa esquina del triángulo. Tenemos sentimientos de ira irracionales sin justificación que pueden deberse a un pensamiento de reacción de tipo desastroso: los debería de, los qué horror, los nuncas y los siempres. Tenemos ira justificada, todos los sentimientos locos que cualquiera sentiría si alguien le hubiera hecho eso a él o a ella. Tenemos la ira que manifiesta cómo nos sentimos cuando hemos sido lastimados o tenemos miedo. Los sentimientos de temor y de tristeza se convierten en ira, y muchos de nosotros hemos sido muy lastimados y hemos tenido mucho miedo. Tenemos la ira que proviene de sentirnos culpables. Los sentimientos de culpa tanto los genuinos como los que no merecemos, fácilmente se convierten en ira. Los codependientes también tienen mucho de ello. Y, créanlo o no, lo mismo es aplicable a los alcohólicos. Sólo que estos son más propensos a convertirlos en ira.

I.—

Y también tenemos ira reactiva. Nos enojamos porque la otra persona está enojada. Luego ella se enoja aún más, y nosotros aumentamos el enojo porque ella se enojó más. Pronto todo mundo está enojado, y nadie sabe bien a bien por qué. Pero todos estamos fuera de sí y nos sentimos culpables por ello. A veces preferimos permanecer enojados. Nos ayuda a sentirnos menos vulnerables y más poderosos. Es como un escudo protector. Si estamos enojados, no nos sentiremos lastimados o temerosos, por lo menos no se nos notará. Tristemente, muchos de nosotros no tenemos a dónde ir con toda esa ira. Nos la tragamos, nos mordemos la lengua, sacamos el pecho, la lanzamos a nuestro estómago, la dejamos zumbar en nuestra cabeza, escapamos de ella, le damos medicamentos, o le damos una galleta. Nos culpamos a nosotros mismos, convertimos la ira en depresión, nos metemos en cama, tenemos la esperanza de que nos muramos, y nos enfermamos a causa de ello. Finalmente le pedimos a Dios que nos perdone por ser una persona tan horrible o por sentir ira en primer lugar. Muchos de nosotros hemos estado en un verdadero dilema con nuestra ira, especialmente si hemos vivido en un sistema familiar que dice: “No sientas; sobre todo, no sientas ira”. El alcohólico en realidad no quiere escuchar qué tan fuera de si nos sentimos. Él o ella probablemente piensan que nuestra ira es irracional de todos modos, y puede molestarle cuando hablamos acerca de ella. Nuestra ira puede oprimir los botones de la culpa en el alcohólico. El alcohólico puede incluso sobrepasarnos en su ira simplemente para mantenernos reprimidos y sintiéndonos culpables. A menudo no podemos o no queremos decirles a nuestros padres cómo nos sentimos. Ellos pueden estar furiosos con nosotros porque somos amigos de alguien que tiene problemas con el alcohol o con otra droga. O nuestros padres pueden ver tan sólo el lado bueno del alcohólico o del adicto y pensar que somos poco razonables y que no lo apreciamos. Nuestros amigos pueden llegar incluso a hartarse de oír nuestras quejas.

M.—

Algunos podemos sentirnos tan avergonzados que creemos no poder contarle a nuestro sacerdote o a nuestro pastor cuán enojados estamos. Ellos simplemente nos llamarían pecadores, y no necesitarnos oír nada más. Eso es lo que nos hemos estado diciendo a nosotros mismos. Muchos de nosotros ni siquiera pensaríamos en volvernos hacia nuestro poder superior y expresarle qué tan enojados estamos. De modo que, ¿qué hacemos con todo este vapor sellado a presión? Lo mismo que hacemos con casi todo lo que tiene que ver con nosotros: lo reprimimos y nos sentimos culpables por él. La ira reprimida, al igual que todas las otras emociones reprimidas, causa problemas. A veces nuestra ira puede derramarse de forma inadecuada. Le gritamos a alguien a quien no teníamos intención de gritarle. Arrugamos la cara fruncimos los labios, y ayudamos a los demás a no sentir ganas de estar cerca de nosotros. Azotamos los platos aunque no podamos permitirnos el gasto de romper nada que tenga un valor material porque ya hemos perdido demasiado. Otras veces nuestra ira puede mostrar su cara de manera diferente. Podemos encontrar que no queremos, que no somos capaces o que nos rehusamos a disfrutar del sexo. Podernos encontrarnos incapacitados para disfrutar de nada. Luego añadimos más odio a nosotros mismos, a nuestra creciente pila de lo mismo preguntándonos en qué estamos mal y persistiendo en nuestra actitud hostil. Cuando la gente nos pregunta qué nos pasa, apretamos la quijada y decimos, “Nada. Me siento bien, gracias”. Incluso podemos hacer cositas bajas y perversas o cositas ruines y perversas para desquitarnos con aquellos con quienes estamos enojados. Si la ira se reprime por un cierto tiempo, finalmente hará algo más que derramarse, Los sentimientos displacenteros son como la mala hierba. No desaparecen cuando los ignoramos; crecen salvajemente y se apoderan de nosotros.

I.—

Nuestros sentimientos de ira pueden salir rugiendo un día. Decimos cosas que no queríamos decir. O, como sucede a menudo, decimos lo que queríamos decir. Perdemos el control y nos embarcamos en un arrebato de pelear, escupir, dar alaridos, jalar de los cabellos a alguien y romper platos. O podemos hacer algo para causarnos daño. O la ira puede endurecerse para convertirse en amargura, odio, desprecio, o resentimiento. Y seguimos preguntándonos: “¿Qué me pasa?” Nos lo podemos repetir tan a menudo como sea necesario: No nos pasa nada. Como dice el título del libro (¡Por supuesto que estás enojado!) Desde luego que estamos así de enojados. Estamos que echamos vapor porque cualquiera en su sano juicio estaría que echa vapor. Sigue una cita excelente de Marriage on the Rocks (Matrimonio en las rocas): No puedes vivir con un alcoholismo activo sin verte profundamente afectado. Cualquier ser humano que sea bombardeado con lo que tú lo has sido debe ser alabado sencillamente por haber sobrevivido. Te mereces una medalla por el mero hecho de que te encuentres aquí para contar la historia. La ira es un efecto profundo del alcoholismo. Es también un efecto de muchos de los otros trastornos compulsivos o de los problemas con los cuales los codependientes conviven. Aunque no convivamos con un problema serio o con una persona seriamente enferma, todavía está bien sentir ira cuando ocurra.

La ira es uno de los muchos efectos profundos que la vida tiene sobre nosotros. Es una de nuestras emociones. Y la vamos a sentir cuando nos llegue, o si no, la vamos a reprimir. “No confío en la gente que nunca se enoja. O la gente se enoja, o se enoja”, dice mi amiga Sharon George, quien es profesionista dentro del campo de la salud mental. Tenemos todo el derecho a enojarnos. Tenemos todo el derecho a sentirnos tan enojados como nos sentimos. Lo mismo as otras personas. Pero también tenemos una responsabilidad —primordialmente para con nosotros mismos— que es manejar nuestra ira de manera adecuada.

SEGUNDA PARTE

 

                                         SEXTO PASO

Estuvimos enteramente dispuestos a que nuestro Ser Superior eliminase todos estos defectos de carácter

 

PRINCIPIOS ESPIRITUALES

 

En el Sexto Paso nos concentramos en el compromiso y la perseverancia, la buena voluntad, la fe y la confianza, la auto-aceptación. A esta altura del trabajo del Sexto Paso deberíamos ser muy conscientes de nuestros defectos. En realidad, es probable que los conozcamos tan bien, que los veamos venir en nuestra vida cotidiana y hasta evitemos dejamos llevar por ellos la mayor parte del tiempo. A veces, es posible que este conoci­miento se nuble y no vigilemos tanto nuestro comportamiento. Hace falta una cantidad enorme de energía para controlamos a cada segundo y refrenar todo impulso de dejar­nos llevar por los defectos. Por lo tanto, aflojamos la vigilancia en nuestra vida diaria hasta que de repente, hartos y avergonzados, nos preguntamos cómo es posible que hayamos vuelto a caer otra vez en «eso».

 No obstante, no nos damos por vencidos, sino que nos comprometemos con nuestra recuperación. Mantenemos nuestros nuevos principios a pesar del contratiempo. Seguimos avanzando a pesar de dar uno o varios pasos atrás. Nos proponemos una mejoría gradual, no la desaparición instantánea de todos los defectos.

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