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Reseña:
La fuente interior
Una mirada al relato de sanación de Jesús en el Evangelio según San Juan nos vuelve a mostrar cómo podemos manejarnos de manera saludable con tales situaciones. Jesús sana al hombre sin límites. No lo hace fundiéndose en compasión o compadeciéndolo. En muchas otras sanaciones de enfermedades se dice que Jesús siente compasión. En la compasión él se abre al otro y le permite ingresar en él. En algunos casos esto es necesario para tomar contacto con sus corazones. Pero frente a un hombre sin límites, esta apertura sería mortal. U n método terapéutico de confrontación es más útil. Jesús desafía a este enfermo cuando le pregunta por su propia voluntad: «¿Quieres ser sano?» (Juan 5,6). El enfermo debe querer él mismo su sanación. No debe delegada al terapeuta o al asistente espiritual. El enfermo le cuenta a Jesús su historia de vida. Le explica por qué está enfermo. El motivo de su enfermedad radica en el hecho de que no tiene a ninguna persona que lo ayude. Se quedó demasiado corto. A los otros hombres les va mejor que a él. Jesús hace caso omiso a estas explicaciones del enfermo. No le transmite cuánto lo comprende sino que lo confronta con una orden unívoca: «¡Levántate, toma tu lecho y anda!» (Juan 5,8).
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A este hombre no le ayuda la compasión, ya que ésta lo invitaría a compadecerse de sí mismo y profundizar la propia confusión. Jesús lo pone en contacto con la energía que, a pesar de su enfermedad, existe dentro de él. Jesús lo cree capaz de levantarse y pararse en sus propios pies. Y así se lo ordena. No deberá simplemente desechar el lecho como signo de la propia inseguridad y enfermedad, sino llevado bajo el brazo. La enfermedad, la debilidad, los obstáculos no deberán detenerlo en la vida. Él deberá proceder de otra manera con sus bloqueos, en forma alegre, llevando a pasear el lecho. Podrá estar cohibido e inseguro, pero de igual modo deberá exigirle a la gente. Con sus obstáculos deberá acercarse a las personas, en lugar de permitir que éstas lo detengan en la vida. Sólo lo logrará si se delimita de los hombres, al no permitir que los pensamientos cualquier opinión de los hombres ingresen en él, sino que viva a partir de sí mismo y no a partir de los demás. Jesús no necesita levantar al enfermo en el agua para que sane. Por el contrario, lo pone en contacto con su fuente interior que siempre brota a borbotones dentro de él.
Inundado de extraños La falta de límites es con frecuencia un trastorno psíquico. E n las personas psicóticas, la incapacidad de delimitarse adopta muchas veces formas extrañas. Esto se incrementa hasta el delirio de persecución. Un joven contaba que inclusive su orina estaba influenciada por las personas de una secta. Ya no podía estar seguro ni en su cuarto. Las personas de esa secta manipularían sus pensamientos desde la distancia. En el delirio de persecución se cree que el propio teléfono está intervenido, o que otros pueden ingresar a la vivienda a pesar de los cerrojos o la alarma. Lo que la enfermedad nos muestra tan drásticamente en forma aumentada, por cierto lo conocemos todos en forma más atenuada.
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También nosotros tenemos la impresión de que los pensamientos de otros penetran en nosotros, que nos contagiamos de las ideas que caracterizan nuestra sociedad. A veces nos descubrimos en el momento en que no pensamos nuestros propios pensamientos sino que adoptamos lo que fluye hacia nosotros desde todos lados. Si estamos en un grupo, perdemos la sensación de la identidad propia. Inconscientemente nos adecuamos al entorno. Al hablar, adoptamos el lenguaje de los demás. Nos sumergimos en su actitud y olvidamos lo que sentimos verdaderamente nosotros mismos. Las personas sin límites tienen grandes dificultades en nuestra sociedad inundada de estímulos. A través de los medios, los acontecimientos de países extranjeros transgreden continuamente los límites de su casa y de su corazón. Las noticias horrendas de las zonas de guerra y las regiones en crisis de este mundo fluyen sobre ellas y les dificultan vivir su propia vida. Están determinadas por aquello en lo cual son partícipes en la televisión. Por bueno que sea sentir gran compasión por las personas maltratadas en el mundo, puede convertirse en un riesgo que toda la miseria del mundo me inunde y obstaculice mi vida. En esta situación necesitamos la capacidad para establecer nuestro límite. Delimitarse no significa ser insensible frente al dolor del mundo, sino establecer por sí mismo el límite hasta dónde puedo y quiero admitir la necesidad de los hombres en mí, y dónde sencillamente debo protegerme para poder vivir como ser humano en este mundo. Un buen camino para delimitarse sin cerrarse por ello al dolor del mundo es rezar por los hombres de cuya miseria informan los medios. Si rezo por ellos, siento con los hombres, pero no me empapo con su dolor. Lo transmito a Dios con la esperanza de que Él no deje solas a estas personas. Otro camino es participar en un proyecto concreto que ayude a estos hombres, o solventarlo económicamente. Pero debemos ver que también en la ayuda concreta tenemos límites. No podemos comprometernos a diario con las numerosas víctimas de la violencia y las catástrofes naturales que la televisión nos presenta.
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CAPÍTULO (9)
DEJAR DE SENTIR EL PROPIO LÍMITE
De la adicción y la enfermedad espiritual
Desmesura como riesgo
La adicción no es una enfermedad reciente, ya que la desmesura es un riesgo constante del hombre. En el Evangelio según San Lucas, Jesús relata el ejemplo de un hombre rico que esperaba una buena cosecha en sus campos. Y él pensaba para sí, diciendo: «¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos?». Finalmente dice: «Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate» (Le 12,17-19). En tales conversaciones del hombre rico consigo mismo, Lucas formula nuestros propios pensamientos. Si tenemos éxito, creemos que deberíamos aumentarlo aún más. El hombre rico representa a las personas que no tienen medida, que nunca obtienen lo suficiente. En última instancia, se trata de una adicción que impulsa al hombre a derribar sus antiguos graneros para edificar otros mayores. Jesús permite que Dios se dirija al hombre rico: «Necio, esta, noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? (Lucas 12,20) El hombre creía que podía aumentar infinitamente sus bienes y finalmente disfrutar la vida. El hombre es responsable por el trastorno adictivo. Las personas adictas no tienen medida. Beben sin medida. Ni bien comienzan a beber, pierden la noción de su límite. Una mujer que padecía bulimia, contaba que al comer no tenía noción del límite. Siempre debía continuar comiendo. Y no se detuvo en la adicción de comer. Esta falta de medidas en la comida se mostró también en la incapacidad de poner un límite frente a los demás. La adicción es, según la opinión del psicólogo Theodor Bovet, reemplazo de la madre. El adicto se detiene en el nivel del niño. No quisiera partir del nido, del país de las maraville en el que puede tener todo lo que desea. La esencia de la adicción radica en la desmesura y en la incapacidad de terminar por eso todo puede convertirse en una adicción.
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El objeto de la adicción puede ser el alcohol, los medicamentos, las drogas, el trabajo, los cigarrillos, el café, el juego, el dinero, los libros, las relaciones, la sexualidad. Karl Jaspers formuló filosóficamente la causa de la adicción y dijo que detrás de ella siempre se encuentra «un vacío especial e incrementado». Con frecuencia es la falta de experiencia de protección de la madre, de manera tal que el psicoterapeuta húngaro Leopold Szondi, fundador del análisis del destino, denomina la adicción «prótesis permanente de la madre que ha defraudado». Muchas veces, un adicto ha experimentado protección de la madre en su infancia. Pero no logró dar el paso para salir de esa protección e introducirse en la realidad de un mundo que no satisface todos los deseos.
Susceptibilidad y dependencia
Personas susceptibles a los trastornos adictivos son principalmente aquellas que poseen una elevada sensibilidad frente a los sentimientos desagradables y una reducida tolerancia a la frustración. Ambas cualidades muestran la incapacidad de delimitarse. Los adictos son inundados de sentimientos negativos. No pueden delimitarse hacia adentro frente a esos sentimientos y por lo tanto también son incapaces de delimitarse hacia afuera. Una característica de la adicción es la dependencia. Ya no se puede estar sin el alcohol, la comida, el trabajo. En última instancia adicción es siempre un anhelo reprimido. El hombre anhela protección y amor absolutos. El adicto espera de cosas exteriores la satisfacción de su deseo. Para ello necesita cada vez más dinero, cada vez más drogas, cada vez más dedicación. Pero ni el dinero ni el éxito ni la confirmación pueden satisfacer el deseo de amor. El adicto, por lo tanto, nunca está satisfecho. Es cierto lo que dijera cierta vez André Gide: «Lo terrible es que uno nunca puede emborracharse bastante»”
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Tan peligrosas como las adicciones materiales que llevan a la dependencia del alcohol o los medicamentos, son las llamadas dicciones no materiales, como la adicción al juego, la adicción al trabajo, la adicción de relación, la ambición desmedida, la adicción al sexo. La adicción al trabajo actualmente llega a ser incluso retribuida. Se cree que los adictos al trabajo son especialmente aplicados Y por ende serían de gran utilidad para la empresa. Si bien el adicto al trabajo trabaja mucho, poco se logra con su tarea. Dado que él necesita el trabajo, no puede delegar e inclusive tapona su tiempo libre son trabajo. No puede soportarse a sí mismo en su medianía. El demuestra su valor a través del trabajo y se esconde tras él. Pero por no tener distancia frente al trabajo, no es creativo ni innovador. Él se aferra a su trabajo porque lo necesita como una coraza con la cual protegerse de los cuestionamientos y las críticas. En su adicción al trabajo ya no percibe los límites de su capacidad de carga. En algún momento su cuerpo se rebela. Los adictos al trabajo padecen del síndrome del burnout. Se sienten agotados o vacíos, o padecen de trastornos cardíaco-circulatorios. Quien quiere rendir cada vez más, resbala en una incapacidad crónica de su actividad. Quisiera rendir pero simplemente ya es imposible. El cansancio, la falta de empuje y el desgano son la reacción saludable de su psiquis frente a la necesidad exagerada de actividad. Los psicólogos estiman que solo en Alemania existen más de 200.000 adictos al trabajo.
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Renuncia saludable
Un empleado bancario me contó cuánto le molestaba la desmesura con que especialmente las personas jóvenes desean obtener ganancias en la Bolsa. Ellas creen que pueden adquirir una acción por la mañana y venderla por la noche al doble de precio. Allí surge una verdadera adicción. Pero esta falta de medida ha llevado a muchos a la ruina financiera. Tampoco en la Bolsa crecen árboles de dinero. También aquí se muestra que quien no pueda limitarse, será víctima de su desmesura. La capacidad de decir «no», de conformarse con lo que tenemos disminuye día tras día. La sociedad nos seduce a querer todo sin límites. Precisamente eso se nota ahora con la anorexia, tan difícil de curar. Por querer tener un cuerpo tan delgado como el que se elogia en la publicidad, ayunan hasta morir. Pierden la medida de la comida y del ayuno. Para curar la adicción es necesaria la capacidad de renuncia. Esta es, en última instancia, la capacidad de establecerse un límite. Me fijo un límite en la comida y en la bebida, en el trabajo y en la ganancia de dinero, en las compras y en el juego. Para que un niño se desarrolle en forma saludable es necesario que acepte los límites de la realidad. El pecho materno no está siempre a disposición del niño. No existe comida en todo momento. Todo existe con medida. Las personas que no aprenden a renunciar son incapaces de desarrollar un yo fuerte. Pero el yo fuerte es un requisito para delimitarse frente a los deseos adictivos. El adicto tiene, a su vez, una imagen desmedida de sí mismo. Por esta razón, para curar la adicción necesita la medida correcta de autoestima. Debemos despedimos de la ilusión de que somos las personas más grandes, las mejores y más inteligentes. Debemos conformarnos con lo que somos y reconciliarnos con nuestra estructura y nuestro carácter.
2da. PARTE
DUODECIMO PASO
Habiendo logrado un despertar espiritual como resultado de estos Pasos, tratamos de llevar este mensaje a otras personas, y practicar estos principios en todas nuestras acciones
PRINCIPIOS ESPIRITUALES
Incluso en este paso que nos pide que practiquemos principios espirituales, hay principios espirituales específicos relacionados con el paso en sí. Nos centraremos en el amor incondicional la entrega desinteresada y la perseverancia. Nadie necesita más el amor sin condiciones que el adicto que todavía sufre. Y se lo brindamos. Sin embargo, esto merece una aclaración. No es a su ego, o personalidad, a quien amaremos incondicionalmente, sino a su Ser Esencial. ¿Qué significa esto? Que el programa nos enseña a discriminar entre sometimiento y amor incondicional. Aprendemos a poner límites sanadores a las conductas destructivas tanto con nosotros como con los demás. Solemos llamar a esa protección cordón sanitario. También el programa nos aclara que es el amor hacia nosotros mismos y lo diferencia de la autoindulgencia, autocompasión e indolencia. Debemos trabajar sobre nuestras apetencias infantiles para poder hacer nuestro Servicio sin esperar nada a cambio. Dar y recibir es un intercambio fluido y gozoso, sin ningún esfuerzo ni premeditación. Para llevarlo a cabo, hemos de conocer que toda expectativa genera frustración, por lo tanto, como dice el Programa: Toda expectativa es la semilla de un futuro resentimiento.
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Fecha de publicación: 14-12-2022