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Enfermedades de la Humanidad, heredadas del pasado

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Enfermedades de la Humanidad, heredadas del pasado

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Reseña:


 

 

Mucho se ha hecho durante los últimos cincuenta años para controlar la gran enfermedad atlante de la tuberculosis, por medio de una vida sencilla, alimentos sanos y abundantes y aire puro. Mucho se está haciendo para controlar, finalmente, las enfermedades sifilíticas, y ambas por último serán extirpadas, no sólo por el tratamiento sano y los descubrimientos de las ciencias médicas, sino porque la raza —a medida que se polariza más mentalmente— podrá encarar el problema desde el ángulo del sentido común, y decidirá que el pecado físico exige un castigo demasiado severo y que no vale la pena poseer lo que no se ha ganado ni se necesita, y que en consecuencia no es propio por derecho.

 

Las razones subjetivas dadas para justificar la aparición de estas dos enfermedades raciales tan antiguas, puede parecerle a quien no conoce esoterismo, como posibles pero no probables, ilusorias y de naturaleza demasiado ambigua. Ello es inevitable. Estos dos grupos de enfermedades son tan antiguos en su origen, que las he denominado inherentes a la vida planetaria misma y herencia de toda la humanidad, pues en cada uno de nosotros el quebrantamiento de ciertas leyes producirá esas enfermedades. Si quisiera podría llevar al lector aún más atrás, al reino del mal cósmico, tal como prevalece en nuestro sistema solar y afecta al Logos planetario, que aún se cuenta entre “los Dioses imperfectos”. La forma externa del planeta a través del cual Él se expresa, está impregnada, hasta cierta profundidad, con las simientes y gérmenes de ambas enfermedades; no obstante, a medida que se logre la inmunidad y se desarrollen los métodos de curación, que la medicina preventiva ocupe su debido lugar y que el hombre llegue a acrecentar el control mental y egoico de las naturalezas animal y de deseos, tales sufrimientos humanos desaparecerán y (no importa lo que las estadísticas puedan decir) están desapareciendo de esas zonas más controladas de la familia humana.

 

A medida que la vida de Dios (expresándose como divinidad individual y universal) palpite más poderosamente a través de los reinos de la naturaleza, estos dos castigos de la pecaminosidad no serán necesarios y desaparecerán inevitablemente por tres razones:

 

  1. La orientación de la humanidad hacia la luz está cambiando constantemente y “la luz disipa todo mal”. La luz del conocimiento y el reconocimiento de las causas producirán esas condiciones cuidadosamente planeadas que harán desaparecer las enfermedades sifilíticas y las cosas tuberculosas del pasado.

 

  1. Los centros ubicados abajo del diafragma estarán sometidos a un proceso de purificación y elevación; será controlada la vida del centro sacro y la energía usualmente enfocada allí será utilizada en forma de vida creadora por medio del centro laríngeo; el centro plexo solar elevará su energía al corazón, entonces desaparecerá la tendencia humana al egoísmo.

 

  1. Las curas totales, implementadas por la ciencia, producirán una gradual desaparición del contagio.

 

Otra razón que producirá el cese de esas prácticas y modos de vida y deseo que explican estas enfermedades, aún es poco reconocida; Cristo se refirió a ella cuando habló de la época en que ningún secreto permanecería oculto, y de cuando todos los secretos se proclamarían desde los tejados.

 

El desarrollo de la captación telepática y de los poderes síquicos como la clarividencia y clariaudiencia, finalmente tenderán a evitar que la humanidad peque privadamente.

 

Los poderes por los cuales los Maestros y los iniciados superiores pueden comprobar el estado síquico y la condición física de la humanidad, su cualidad y conciencia, ya comienzan a manifestarse en la humanidad avanzada. La gente pecará, cometerá malas acciones y satisfará los deseos desordenados, pero lo sabrán sus semejantes y nada podrán hacer en secreto. Alguna persona o grupo se dará cuenta de las tendencias de la vida del hombre y hasta de los incidentes en los que satisface alguna exigencia de su naturaleza inferior, y esta posibilidad actuará como un poderoso freno, mucho más poderoso de lo que pueden imaginar. El hombre es en realidad el custodio de su hermano, y esta custodia significa conocerlo y aplicar el “ostracismo y las sanciones”; así se dice cuando se aplican sanciones a las naciones. Quisiera que reflexionen sobre estos dos modos de encarar las malas acciones. Serán aplicados casi automáticamente por otros individuos y grupos, como algo de buen gusto, buenos sentimientos e intenciones, y de esta manera el crimen y la tendencia a la maldad prácticamente serán desarraigados.

 

Se llegará a comprender que la criminalidad se basa en alguna forma de enfermedad, en la carencia o sobrestimulación glandular, que a su vez se funda en el desarrollo o subdesarrollo de cualquiera de los centros. Una iluminada opinión pública —que conozca la constitución del hombre y la Gran Ley de Causa y Efecto— tratará la criminalidad con procedimientos médicos, correctas condiciones ambientales y penalidades de ostracismo y sanciones. No dispongo de tiempo para extenderme sobre este tópico, pero tales sugerencias les proporcionará tema para reflexionar.

 

La muerte, hermano mío, es una grande y universal herencia; todas las formas mueren, porque esa es ley de la vida, hablando paradójicamente. Ha llegado el momento en que puede enseñarse a la raza la lección de que la muerte puede ser o el fin de un ciclo y una automática respuesta a la Gran Ley de los Ciclos que continuamente instituye lo nuevo y destruye lo viejo, o puede producirse por el abuso del cuerpo físico, por la mala aplicación de la energía y por la deliberada acción del hombre mismo. El hombre que deliberadamente peca y sicológicamente se equivoca en sus actitudes y consiguientes acciones, comete un suicidio tan verdadero como el hombre que premeditadamente se hace volar los sesos. Esto rara vez es comprendido, pero la verdad se irá haciendo cada vez más evidente.

 

El mandato bíblico que nos recuerda que los pecados de los padres se infligirán a los hijos es una afirmación literal acerca de la herencia humana de enfermedad proveniente de Lemuria y Atlántida. La sífilis y la tuberculosis han prevalecido ampliamente durante la primera mitad de la raza aria, en la cual nos hallamos, y hoy no sólo afectan a los órganos de la procreación o a los pulmones (tal como sucedió en las primeras etapas de su aparición), sino que han involucrado ahora la corriente sanguínea y en consecuencia todo el organismo humano.

 

A diferencia de las grandes crisis de Lemuria y Atlántida, la humanidad ya posee una mentalidad más alerta, reconoce las causas de las dificultades, ve con más claridad los móviles, y la voluntad-al-bien y el anhelo de cambiar las condiciones malignas del pasado es más fuerte que nunca. Lo que la conciencia pública está comenzando a manifestar hoy es algo totalmente bueno y nuevo.

 

 

Extraído de: Un Tratado sobre los Siete Rayos – Tomo IV “Curación Esotérica”, Alice A. Bailey.

 


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